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gritaba y rogaba en su abismo,
así era la vida del pequeño pez,
sumergido en una mar de esperanza sin realismo.
El animalito había pasado su vida en un bello coral,
aunque no llamaba vida a su insignificante existencia,
sin sueños y sin esperanzas que lo hicieran real,
el pequeñito tenía un gran dilema.
Así pasó días y noches,
primaveras e inviernos recorrieron su diminuto cuerpo,
pensando y pensando en sus deseos,
podía pasar noches en vela descifrando un anhelo.
Un día despertó y su mente se aclaro,
no fue para mirar atrás y decir adió a su hogar,
y sin más su viaje emprendió,
nado y nado dejando en el camino su pesar.
Pasado el tiempo,
el pececillo fue olvidado por sus amigos y conocidos,
pero al no le importaba este suceso,
sólo su deseo de ser libre y pasar por nuevos caminos.
No sabía lo que le esperaba del destino,
sus sueños lo habían cegado,
quería libertad pero solo conseguía egoísmo.
Descubrió que el más grande se come al más pequeño
y hasta ahora era el mayor ¡Qué gran afortunado!
Pero su suerte cambiaría,
pues un pez más grande en su camino hallaría,
la codicia por conseguir su libertad lo corroía,
un temible tiburón lo devoraría.
El pez arrepentido
aceptaba el veredicto,
y como fuera debido,
su sentencia había cumplido...
Había una vez un pececito que gritaba en el abismo,
ante los ojos de un cruel asesino,
y cuando no se oía otro gemido.
en el último suspiro se distinguió la palabra destino…
Cabeza de Calabaza.
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